sábado, 25 de junio de 2016

La culpa es de los padres

Que las visten como Guti. Pero no sólo por eso. Parece ser, o esa es al menos la tendencia de moda tanto entre los analistas de prestigio como entre los mindundis más irrelevantes que pueblan las redes sociales, que la razón última de que el Reino Unido haya votado a favor de largarse de la Unión Europea es el afán de la gente de cierta edad por destrozarle el futuro a los que vienen detrás. Lo dice El País y lo dice tu colega del curro en Facebook, así que será verdad.

Guiris viejos, son ustedes malvados. Su manera irresponsable de meter la papeleta condenará a la chavalada británica a un futuro de terror y desolación del que ustedes se van a escapar porque el calendario y la biología, siempre tan perros, dicen que les toca estirar la pata dentro de poco. Así, tal cual, lo he visto publicado en no pocos sitios, con el correspondiente poso de indignación contra esos cabronazos vejestorios que les han desguazado el porvenir.

Adiós, que se van
A ver, tampoco te quiero vender motos: es cierto que algo de eso hay. Los datos reflejan claramente que cuanto más se sube en la pirámide de población, más peña ha votado que sí al Brexit. Pero de ahí a asumir, como hacen muchos a la ligera, que han apoyado la opción de largarse simplemente por joder, va un mundo. No olvides que hablamos de gente con años de esfuerzo a sus espaldas, que se ha dejado los cuernos durante décadas, luchando contra crisis, recesiones, sindicatos amarillos, Thatchers y sucedáneos, para mantener un islote lluvioso en la vanguardia mundial. Ante eso, igual es un poco aventurado pensar que estos abuelos (ni los de cualquier otro lugar del mundo, en realidad), de repente, han decidido en masa que las nuevas generaciones se la sudan y que cuanto más les puteen mejor. Si te cruzas con uno de ellos mejor no se lo digas: no me sorprendería que se mosqueara y te arreara con el bastón.

Lo mismo el problema es de comunicación. Mientras que los partidarios de cerrar la puerta por fuera han montado una campaña posiblemente llena de falsedades, pero tan efectiva que han convencido hasta a la reina (y ella a su vez a otros muchos, que los ingleses aún se la toman en serio), nadie ha sido capaz de explicar de forma eficaz en qué ha mejorado la vida del obrero industrial de Liverpool o del marinero de Sunderland el hecho de que la bandera azul de las doce estrellas ondee junto a la Union Jack. Llamarles ignorantes no sólo no es útil en este sentido, sino que encabrona aún más a unos señores que ven cómo parte de sus impuestos se marchan directamente a Bruselas y que, a cambio, lo que les llega es un montón de polacos, búlgaros y fucking Spaniards que "le quitan el trabajo a sus hijos". Ese mismo trabajo que a lo mejor su churumbel se niega a hacer, o no sabe, pero la imagen mental está ahí y se trata de corregírsela, no de reforzarla.

Porque claro, también estamos presuponiendo que es bueno para los ingleses quedarse en Europa, cuando por estos lares tampoco estamos demasiado seguros. El concepto de integración continental es positivo, qué duda cabe de que una alianza política firme que fomente la cooperación y el intercambio cultural entre países que se han pasado siglos guerreando entre sí es una buena idea, y si hablamos sólo de pasta la teoría dice que también es bueno porque favorece el comercio y tal. Pero no hay que ser un genio para observar que nos ha salido una chapuza donde se fomentan cada vez más los desequilibrios, no hay dos de los veintipico miembros que jueguen con las mismas reglas y la bonanza de unos es austeridad criminal para otros. Los gestores del invento deberían hacérselo mirar, porque cada vez más público está convencido de que son prescindibles. Y a los viejos les cuesta mucho cambiar de opinión.