martes, 6 de octubre de 2015

Elogio de la simplicidad

"Simple", me llamas. Con toda tu furia y tu mala baba. Me lo dices como si fuera un insulto. Es una de esas palabras que, por algún motivo, se han ganado una connotación negativa para la sociedad. Le pasa como a "payaso", uno de los oficios más nobles del mundo (créeme, hacer reír a alguien no es ni medio fácil, y más si se trata de gente tan repelente como pueden llegar a ser los humanoides preadolescentes) que se usa con afán de ofender y ridiculizar. Lo simple es malo, parece ser.

La pobre simplicidad, ese concepto abstracto tan sencillo por naturaleza, que jamás le haría daño a nadie por carecer de las retorcidas herramientas necesarias para herir, está denostada en la cultura actual. Vivimos en tiempos de progresos técnicos asombrosos, en los que la técnica ha creado maquinarias extremadamente complejas para resolver cualquier tarea, por banal o superflua que sea. Tienes un discurso salido de las cavernas del siglo XIX, me dirás. Yo te replicaré con un sonoro "no me jodas" y añadiré que, con el único fin de inmortalizar su cara de idiota, medio mundo está dejándose fortunas en un puto palo con bluetooth enganchado a un teléfono con una capacidad de procesado de datos que para sí habrían querido en la NASA cuando mandaban gente a la Luna.

Se ve que asociamos lo simple a la escasez y la miseria, de modo que queremos siempre más y más para no sentirnos unos pobretones. No es que reniegue de la tecnología, ni mucho menos; sin ir más lejos, si no fuera por el genio que inventó los ordenadores yo ahora no podría estar dándote la brasa. Pero es evidente que esta sociedad del exceso no ha servido para resolver los problemas ancestrales; más bien los ha agravado. No es preciso ponerse en plan miss y pedir la paz en el mundo, porque siempre habrá un imbécil dispuesto a pelearse por cualquier gilipollez; bastaría con garantizar que todo el mundo tuviera una ración diaria decente de comida, algo que, con los medios actuales, sería perfectamente factible, y ya ves tú cómo lo llevamos.

A los humanos os encanta enfollonarlo todo
Pero no hace falta irse a lo material. Lo bueno de la simplicidad (que no simpleza, cuidao) es que es algo tan simple (¡precisamente!) que puede aplicarse a todo. Incluso a la forma de pensar. Que necesitas o quieres algo, vas a por ello. Que puedes, cojonudo, fiesta. Que no puedes, a otra cosa. Pim, pam, pum. Rápido, eficaz e indoloro. Pero no. Los humanos tenéis la capacidad innata de complicaros la vida con reflexiones y pajas mentales intermedias que no llevan a ningún sitio, más que a complicaros la existencia y amargaros sin necesidad.

Las relaciones de pareja son un ejemplo clarísimo. Las estrategias de ligoteo para conseguir pareja de apareamiento ya de por sí son un jaleo agoteador. Que esa es otra: el hecho de limitarnos a la monogamia no sólo nos hace perder mucha diversión, sino que deriva en todo un submundo de celos, sospechas, imposiciones de fidelidad y esfuerzos titánicos para intentar comprender y adaptarnos a lo que cojones esté pasando por la mente de la parte contratante, para no herir sus sentimientos. A mí me ha tocado sufrirlas a ellas, y te aseguro que tiene tela, aunque no dudo (de hecho me consta) que entre nosotros también haya quien le dé mil vueltas a todo y no sólo se joda su propia cabeza, sino que se las apañe para que la mierda salpique a los demás.

Visto lo visto, si me llamas simple no me queda otra que darte las gracias. Me esfuerzo por serlo cada día más. Y si te lo propones, tú también puedes. Es lo más fácil. Siempre. Sin más.

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